EL CARRO DE LA LEJÍA, 13 junio 2013
Los
viejos, al crematorio
Está claro, el presidente del gobierno es un
pusilánime de cuidado. La que está organizando, sin necesidad, con el tema de
las pensiones que siempre prometió no tocar... Le propongo la solución definitiva:
ordenar la muerte de todos los mayores de 67 años, por decreto, claro, que tan
bien se les da a estas cumbres del pensamiento que forman el gobierno. La
muerte se haría por ingestión de una droga eficaz, no importa si dolorosa o no,
que el muriente habría de comprar en la farmacia por el sistema del copago.
Antes de morir dejaría en orden la liquidación del entierro y de la
incineración. Nada de tumbas, que hay que ahorrar suelo público para poder
edificar; los pobres constructores estás tristes y alicaídos por la falta de
trabajo y muchos sin saber qué hacer con el dinero de la droga, cómo
disimularlo. Habrían de dejar los jubilados solucionado el tema de la herencia:
todos testarían a favor del Estado, menos su Jefe, que tiene bula. Los dineros
obtenidos irían a parar al Fondo de Corruptos de la Nación, presidido por Iñaki,
el mago del balonmano e insigne vendedor de favores, adscrito a la bula. En ese
momento ya tendrían un Cuerpo de Honor para poder recibir las herencias y
seguir viviendo a cuerpo de rey, manteniendo sus privilegios en un país ahora
más limpio sin la mugre de los viejos.
Nos ahorraríamos diez sueldazos, de los “expertos” en
pensiones, que regresarían a trabajar en sus bancos y empresas privatizadoras
para inventarse algún que otro concepto con que enriquecer a sus empresas y
reforzar la expropiación de las humildes viviendas de los españoles
hipotecados, que vivirían ansiosos de que llegara el día de gloria de sus 67
años y la entrada en el paraíso de la tranquilidad. Allá en el cielo se les
facilitarían gratuitamente entradas, con IVA superreducido, para ver partidos
de fútbol de sus equipos favoritos, cada día más “estentóreos, que decía uno de
sus presidentes, más orondos con una deuda no fiscalizada que ya no se podría
pronunciar por lo descomunal. Cultura, siguiendo el ejemplo de los ministros,
ya no habría; ¿para qué sirve? El IVA cultural estaría tan por las nubes que
nadie se iba a preocupar por la lectura, el cine, o el teatro, ahorrando en
epígrafes, quedando vivo y reluciente el del fútbol, único deporte permitido en
esta felicidad que persigue la felicidad más rotunda. Y la lengua caminaría a
sus anchas con el modelo repetido de construir PPramente una realidad con las
palabras y nunca aplicar unas palabras a la realidad. La Real Academia
AngloEspañola de la Lengua cambiaría su lema: Limpia (la pasta), brilla (en los
bolsillos de los políticos) y da esplendor a sus académicos, bajo la advocación
de San Vicente Ferrer, santo patrón de los santos economistas. La RAE (Rapiña
Autorizada Endeudante) te rrae, te lo limpia, da brillo a sus mayores y
fortalece los bancos redimidos. Real (aquí todo es Real, del Rey), Árnica (aquí
todo se ha de curar) para Envejecer (aquí sin consuelo final).
Al Ejército se le daría una isla desierta para
contentarle y gastar munición a lo loco, porque las fábricas estatales y
privadas (tal vez de algún miembro del gobierno, enorme garantía) no deberían
dejar de producir más muerte. Y la Iglesia tendría sus diezmos como en la antigüedad,
sólo de los pobres. Los ricos contribuirían a la Iglesia únicamente con sus
confesiones y comuniones diarias. ¿Y la Justicia? ¿para qué? Seríamos la
envidia de Europa y del Mundo; ¿pueden imaginarse un país más equilibrado,
apático, y menos conflictivo?
¡Ah, los nietos!, ajenos a los caprichos de los
innecesarios abuelos, se harían más fuertes por el escaso proteccionismo, y los
padres se las ingeniarían para sobrevivir con escasos sueldos y algo de
trapicheo; la caída de la demografía llevaría implícita una caída también de la
economía sumergida; todos serían funcionarios, incluso los trabajadores
industriales, para mayor control, gloria y riqueza del Estado y de su Gran
Jefe. Educadores no harían falta, afectados todos por la necesidad de ganar y
gastar dinero a mansalva, la pobre mansalva de los pobres o la mansalva
derrochona y barcenera de los ricos procedente de los pobres. Todo estaría
privatizado para favorecer en el individuo sus armas en la lucha por
sobrevivir, como espartanos los pobres, como emperadores de los pobres los
ricos. En medicina sería cuestión de sobrevivir hasta el advenimiento, ya próximo,
de las enfermedades públicas para ser tratadas en los hospitales privados.
Como ven, nuestros viejos sobran, nos hacen la vida
imposible. ¿Cómo se dirá “viejo” en alemán, merkalt?
PABLO DEL BARCO