miércoles, 22 de mayo de 2013


EL CARRO DE LA LEJÍA. 22 mayo 2013
El morito chinchón
No es por hacer leña del árbol caído, pero José Mourinho (traducido, Pepe Morito; ay, si la gente lo supiera…) siempre me pareció un cretino, con enorme capacidad para embaucar a cretinos con sus altisonantes manifestaciones, sus huidas, sus silencios, sus acusaciones a diestro y siniestro, enfrentamientos con los medios de comunicación…, garabateando en su mal español que no aprendió a hablar en sus tres años, lo que implica evidente desprecio a los españoles. Yo lo siento especialmente porque soy lusitanista practicante y tanta arrogancia tan mal expresada me molesta, y me fastidia que con su actitud derribe más el pésimo estado del deporte (fútbol) español. Ahora el derribado es él, sobre un césped que quiso dominar como un pequeño dios, pero tanto orgullo sin base y sin arrepentimiento le han llevado a la “automoribundia”, de la que aún se defiende sin el mínimo “mea culpa”. El presidente del equipo, que demuestra saber poco de fútbol y sí mucho de compraventa de jugadores, le ha echado un cable final porque aceptar el fracaso del técnico portugués es reconocer el suyo propio. Mourinho (Morito) se ha defendido alegando que su condición de portugués atrae la antipatía de los españoles. Demonios, hasta donde llega el mal uso del nacionalismo… El técnico ha calculado mal, se ha enfrentado a los jugadores, que son quienes realmente dominan la empresa, de equívoca democracia. La base de esa pseudodemocracia es el dinero: el talento deportivo está en un segundo plano. Y el desarrollo social del deporte se manipula con una actividad constante, enloquecedora, que no permite respiro ni análisis. Hay fútbol todos los días, en copas, ligas y otros enredos que no acaban nunca, que no dejan ver con claridad el panorama social, porque lo llaman género sociocultural y está ubicado en el ministerio de cultura, cuando es en realidad un mosaico de violencia sostenida en su ejecución –llamada competición- que desarrolla una violencia sin límites en sus seguidores.  ¿Te imaginas lo que ocurriría si, durante un año, se paralizara el fútbol en todos los campeonatos? Los españoles buscaríamos otras formas y otros campos de pensamiento, de movernos para aprender nuestros paisajes, volvería el diálogo a las familias los fines de semana, los lunes hablaríamos de otro tema que no fuera fútbol, el dinero de las entradas podríamos aplicarlo a comprar otras cosas, incluso libros, iríamos al depauperado cine español, nos dejarían de atormentar en los telediarios con tanta noticia insulsa sobre este deporte y sus protagonistas. Tener que escuchar las declaraciones de otro tan excelente jugador como, me parece, cretino en lo personal, el “mago” Maradona, ofende la inteligencia. Incluso nos haría menos mansos ante la crisis actual y la presión del grupo de oligarcas que nos quiere conducir como ovejas a un campo de angustia irrespirable creando un terror con el que dominarnos.
Todo, al final, es un problema de dinero, millones que van y vienen, que no  quieren tener nada que ver con la otra economía de los españoles; imagino que la troika belga no intervendrá las cuentas de los clubes de fútbol, entidades financieras que parecen estar lejos de toda sospecha. La deuda, declarada, de estas entidades privadas, que son de uso público, es de 3.500 millones de euros; la deuda con Hacienda, de más de 700 millones. Están en quiebra pero siguen funcionando, como el gobierno español. Los socios se desinteresan de la economía del club, sólo quieren resultados deportivos, y aceptan sin rechistar el precio de las entradas al estadio. Contra más partidos, mejor, que es como la proliferación de bares y cafeterías en esta época de crisis. Quedarse solo en casa es un martirio; gritar en el estadio, una liberación; tomar una cerveza en un bar, una disculpa que nos permite la crítica libre del estado del país y el correspondiente arreglo, sustituyendo la inutilidad de los padres de la patria, en un lugar en el que nada nos compromete. Evasión de la realidad, en una palabra. Me explico: No fui antifutbolista; jugaba cuando este deporte aún tenía algo de romántico.
PABLO DEL BARCO

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