EL CARRO DE LA LEJÍA. 17 DIC. 2012
Me divierte ver andar al presidente Rajoy; ha
cambiado la zancada y el gesto: ahora camina, casi galopa, deprisa, mirando
altivo a izquierda y derecha, reventándole el ego en su sonrisa torpe de quiero
y no puedo. Debe creerse algo importante; ha dicho (en Bruselas, aquí no se
atrevería; aquí lo suyo es callar) que desde que está él la economía de Europa
va mejor; vamos, que tiene poder de cambio y mando. Pero el pobre zancaslargas,
en su inmensa inopia no se ha enterado aún que él no dirige ni gobierna un país
que era España. Que es como un mulo de sementales, a los que se usa para poner
a punto a la yegua arrancándolo cuando la hermosa está de caramelo; arrancarlo
pese a sus berridos, que aquí si no han llegado llegarán a trepanarles los
oídos, a pesar de la sordera de este gobierno (¿), que no escucha ni oye la voz
de la calle. Estos muchachos tan aseados del PP (Pura Patraña que dice mi
amigo) van rompiendo cristales, maderas, aceros, con un ariete obtuso que unos
magos economistas no muy hispánicos les han fabricado a medida. Y ellos lo han
cobijado como si fuera propio. No saben que son unas marionetas, que ni son
políticos porque la política de hoy es el dinero y que, creyendo ganar unas
elecciones y poner al país a sus pies, han caído en un trampa mortal en la que
cuanto más creen obtener mayor es el nivel de sus pérdidas (y sobre todo de las
nuestras).
Pero, tan convencidos de su categoría y buenas
dotes, no paran de hablar y hablar, pensando que una mentira ayuda a olvidar la
mentira anterior, creando un sistema de no creencias que organice el mayor caos
en el que rendirse beneficios a sí mismos. Vean, por ejemplo, a la señora
Báñez, de nombre milagrero, Fátima, que acostumbra a montar el pollo con sus
declaraciones tan torpes como ineficaces, si no es para originar infinitos
chascarrillos. Pero, claro, montar pollos le va como anillo al dedo a la
heredera de la famosa industria onubense “Pollos Báñez”, que le hacían una de
las princesas de su pueblo natal. A esta princesa del pollo la han nombrado
reina del gallinero de los trabajadores, su conciencia social, sin un mínimo de
argumentos. Y de pollos vamos a la ministra Ana Mato (qué buen apellido para la
sanidad), que no pía pero envenena a los profesionales del ramo. Lo que sí hace
la vicepresidenta Santamaría, con su boquita piñonera de Valladolid, siempre
tan sonriente, quizás para intentar perdonarse todos los metisacas y estocadas
enteras que infringe a los españoles.
¿Y el ministro de Guindos, subido siempre como su
nombre indica en el guindo del euro, portando con eterna sonrisa su
calificación de peor ministro de economía de Europa? No pongo en duda sus
cualidades; dicen que habla bien inglés; y dicen también, ¡ah, leyenda de la
calle!, que, como Atila, donde ponía la pata se secaba la empresa. Un tipo que
se parece mucho a él, con su mismo apellido y su misma cara de agrio, anda
metido en el Ayuntamiento de Madrid, en el caso Arena, donde la Omisión de investigación ha librado de cualquier responsabilidad
a sus responsables; no es verdad que murieron cinco jóvenes, es una falsa
alarma, créanlo, porque el edificio es seguro; lo ha dicho la alcaldesa
sonriendo; la prueba es que se está organizando allí un cotillón para Navidad;
eso está mejor porque ese día todo
el mundo bebe y ya se sabe de antemano a qué echarle la culpa.
Este es el caso; mientras el presidente (¿) dice en
Bruselas que ya se han aplicado todas las medidas restrictivas en España y que
no habrá más, sus acólitos siguen anunciando recortes, chupaditas, arañazos,
mordiscos a la economía de los españoles de más bajos ingresos. Lo de las
pensiones es más que indignante, contra un colectivo indefenso que desea vivir
sus últimos años en paz y sin problemas. En realidad ellos (los aseados) dicen
lo que les mandan decir sus amos, los banqueros de Europa. Son honestos (sólo
con ellos), coherentes (sólo con ellos), asentados en sus tronos de mentiras
patológicas… ¡Ah!, ahora descubrí por qué no quieren medicina pública: un
médico de la privada nunca les hablará de su patología; los locos son los
demás.
PABLO
DEL BARCO
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